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¿Conciliar qué, si no tengo hijos? El nuevo rostro del balance vida-trabajo

  • Irelda Ceballos
  • 22 jul
  • 2 Min. de lectura

Colaboración de: Irelda Ceballos


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Después de 13 años de experiencia en Kiik, trabajando con mujeres de distintas industrias, países y puestos distintos...escuchábamos a mujeres ejecutivas hablar de conciliación como sinónimo de maternidad: cómo ser líderes sin descuidar a sus hijos, cómo sobrevivir a la culpa, cómo negociar horarios sin perder visibilidad.

Pero algo está cambiando. Hoy, cientos de mujeres nos están diciendo otra cosa:

“No tengo hijos. Ni quiero tenerlos. Pero igual necesito espacio. "Cuido a mi madre, tengo un proyecto artístico, necesito tiempo sola. "Mi vida no se resume en la oficina ni en una familia nuclear.”

Entonces, ¿de qué vida hablamos cuando hablamos de “balance vida-trabajo”? ¿Por qué la conciliación sigue asociada a la crianza, cuando hay tantas otras formas de cuidado, compromiso y propósito?


Lo que las políticas no ven

Las políticas organizacionales siguen premiando un solo tipo de vida: la que tiene hitos familiares predecibles (casarse, tener hijos, llevarlos al pediatra). Pero cada vez más personas —no sólo mujeres— viven otras trayectorias. Y muchas de ellas no caben en el molde corporativo.


¿Tu empresa está preparada para una ejecutiva brillante que decide vivir sola, sin hijos, viajando tres meses al año?¿O para un líder senior que cuida a su padre con Alzheimer y necesita horarios flexibles aunque no tenga “familia dependiente” en el sistema?


Lo que no se nombra, no se cuida

Las culturas organizacionales tienden a invisibilizar las vidas que no encajan en su narrativa dominante. Si no estás criando, no tienes “justificación” para pedir tiempo. Si no te casas, eres “menos adulta”. Si no tienes hijos, puedes quedarte hasta tarde… ¿o no?

Estas micro expectativas son formas sutiles de exclusión.

Tal vez ya no se trata de balancear, sino de permitir que las personas diseñen una vida con sentido.

Eso implica reconocer que la productividad no se mide por horas en la oficina, que el compromiso no depende del estado civil y que la diversidad de trayectorias es una fuente de innovación.


Tres preguntas para empezar a repensar:

  1. ¿Qué tipo de vidas premia —y cuáles castiga— tu cultura interna?

  2. ¿Tus políticas de flexibilidad están diseñadas sólo para padres o para cualquier persona con una vida compleja?

  3. ¿Qué pasaría si redefinieras “alta potencialidad” más allá de la disponibilidad total?


Es hora de dejar de asumir que todas las vidas siguen el mismo libreto. Y empezar a diseñar culturas que reconozcan la complejidad, no que la penalicen.


 
 
 

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