Por Irelda Ceballos

Recientemente, en una rueda de prensa, Karoline Leavitt fue cuestionada sobre si las políticas del gobierno de EE.UU. en favor de la contratación basada en la meritocracia podrían afectar a personas con discapacidad. Su respuesta fue clara: “Las personas no deberían ser contratadas en base a su discapacidad, su color de piel o su género. Lo que importa es cómo haces tu trabajo. Se trata de ser competente, de tener las habilidades necesarias y el mérito.”
La idea suena lógica, casi incuestionable. ¿Quién podría estar en contra de que las personas sean evaluadas por su capacidad y no por su identidad?
El problema con la meritocracia no es la teoría, sino la práctica.
¿Qué es la meritocracia?
La meritocracia es un sistema donde las oportunidades se otorgan a quienes demuestran mayor capacidad, habilidades y esfuerzo. En un mundo ideal, esto significaría que cualquiera, sin importar su origen, podría alcanzar el éxito si trabaja lo suficiente.
Los argumentos a favor son:
Incentiva la excelencia y el esfuerzo individual.
Evita favoritismos basados en aspectos no laborales como el género o la raza.
Promueve un sistema competitivo donde solo los más capacitados acceden a mejores posiciones.
Los argumentos en contra son:
Ignora las desigualdades estructurales que afectan las oportunidades desde la infancia.
Supone que todos compiten en igualdad de condiciones, cuando en realidad no es así.
Puede perpetuar la exclusión de grupos que históricamente han sido marginados.
La falacia de que todos comienzan desde el mismo punto
El problema de fondo con la meritocracia es que asume que todos tienen el mismo punto de partida. Pero la realidad es muy distinta: la calidad de educación, el acceso a redes de contacto, los recursos económicos y la discriminación sistémica juegan un papel determinante en las oportunidades que tiene cada persona.
Por ejemplo, alguien nacido en una comunidad con escuelas de bajo presupuesto, sin acceso a tecnología y sin modelos a seguir en posiciones de liderazgo, competirá en desventaja frente a alguien con una educación privilegiada.
Si solo nos enfocamos en 'mérito' sin considerar estas diferencias, terminamos perpetuando un sistema que beneficia siempre a los mismos.
Pero, ¿qué pasa cuando nos vamos al otro extremo? También hay quienes, en lugar de buscar soluciones, se quedan atrapados en la mentalidad de víctima, culpando siempre al sistema y congelando su propia acción. En algunos casos, el problema no es solo la falta de oportunidades, sino también la falta de iniciativa, el miedo a salir de la caja o simplemente la ausencia de desarrollo y la astucia para navegar el entorno laboral. ¿Estamos cómodos con eso?
El peligro de la mentalidad de víctima
Así como es un error pensar que todos comienzan desde el mismo punto, también lo es quedarse atrapado en la idea de que el sistema es el único culpable de nuestras circunstancias. Hay quienes adoptan una mentalidad de víctima permanente, convencidos de que no hay nada que puedan hacer para cambiar su situación.
Culpar al sistema sin tomar acción: Si bien es cierto que existen barreras estructurales, quedarse en la queja sin buscar alternativas solo refuerza el estancamiento.
Falta de adaptación y desarrollo: No podemos controlar dónde nacimos o las oportunidades que nos tocaron, pero sí podemos desarrollar habilidades, estrategias y resiliencia para encontrar nuevas formas de avanzar.
Resistencia a pensar fuera de la caja: La verdadera transformación ocurre cuando, en lugar de vernos solo como víctimas de las circunstancias, buscamos cómo navegar el sistema con inteligencia y esfuerzo.
Siempre habrá alguien que empezó más adelante que nosotros y probablemente habrá alguien que empezó más atrás. ¿Con que perspectiva nos estamos evaluando?
No podemos conformarnos solo con señalar los problemas; necesitamos generar acción y encontrar soluciones.
El papel de las empresas: ¿Responsabilidad social o negocio?
Las empresas no operan en el vacío. Tienen una responsabilidad social clave en la construcción de un mundo más equitativo y sostenible. No solo se trata de generar utilidades, sino de generar impacto positivo en la sociedad. Los estudios han demostrado que la diversidad impulsa la innovación, mejora la toma de decisiones y fortalece la cultura organizacional.
Pero aquí está la verdadera pregunta: ¿de verdad darle oportunidades a quienes han tenido menos recursos significa perjudicar a los demás? ¿O simplemente estamos desafiando un sistema que siempre ha favorecido a los mismos? Pero esto no es un juego de suma cero. Crear oportunidades no es quitarle espacio a alguien, es hacer que la competencia sea más justa y que los equipos sean más fuertes.
¿Estamos retrocediendo en impacto social?
Si las empresas no asumen un rol activo en cerrar las brechas de oportunidad, corremos el riesgo de perpetuar desigualdades que afectan el desarrollo económico y social. El progreso no depende solo del gobierno o de iniciativas individuales, sino del compromiso de quienes tienen el poder de generar cambios estructurales. La inclusión no es lo opuesto a la meritocracia, sino un complemento necesario para que el "mérito" realmente pueda medirse en igualdad de condiciones.
El reto no es eliminar la meritocracia, sino cuestionarla y equilibrarla. Sí, hay barreras estructurales reales, pero también hay una responsabilidad individual de buscar caminos, aprender nuevas habilidades y adaptarse. ¿Cómo encontramos un punto medio entre reconocer las desigualdades y fomentar una mentalidad de acción y crecimiento?
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