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La línea entre lo personal y lo laboral nunca fue real

  • Paulina Toledo
  • 10 jun
  • 2 Min. de lectura

Por Paulina Toledo


Lo que pasa afuera… también se nota adentro.


Dejar de negar que tu vida personal influye en tu trabajo puede liberarte. Nos enseñaron a separar.

Lo personal aquí, lo laboral allá.

A sonreír en juntas aunque estemos rotos por dentro. A “ser profesionales”, como si eso significara dejar las emociones en la puerta.


Pero la realidad (y el cuerpo) no funcionan así.



Y no se trata de que todos debamos volvernos transparentes en el trabajo. Se trata de entender que nadie llega a su escritorio completamente en blanco. Llegamos con historias, con duelos, con ansiedad, con vínculos complejos, con cosas sin resolver. Llegamos con todo lo que somos.



La evidencia es clara: tu vida personal sí afecta tu desempeño.


Un estudio de la American Psychological Association encontró que el 66% de los trabajadores afirman que el estrés en su vida personal personal afecta su productividad.


Y más allá del estrés “visible”, existen pequeños factores que minan el rendimiento sin darnos cuenta: una conversación no resuelta con tu pareja, un conflicto familiar pendiente, la carga invisible de cuidar a otros… incluso solo la culpa por no estar “bien”.



Las investigaciones de Gallup también muestran que las personas con relaciones personales estables y positivas tienen 21% más probabilidades de estar comprometidas con su trabajo.


Pero ¿Por qué? Porque cuando nos sentimos emocionalmente sostenidos, nuestra mente se libera. El cerebro puede enfocarse. El sistema nervioso baja la guardia. Nos sentimos seguros… y en seguridad, florecen la creatividad, la toma de decisiones, la productividad real.



Intentar compartimentar la vida es una idea antigua.


Hoy trabajamos desde casa, respondemos mensajes laborales en horarios personales y cargamos temas emocionales en ambos espacios. La vida ya es híbrida, aunque no lo queramos.



Por eso, es necesario replantear el estándar: no se trata de “dejar lo personal fuera del trabajo”, sino de aprender a acompañarlo con inteligencia emocional.

Desde nosotros mismos, y desde las organizaciones en las que estamos.



Una cultura laboral sana no necesita que expongas todo, pero sí necesita espacios donde no tengas que fingir nada.



Entonces, ¿qué hacemos?

Como organizaciones, necesitamos aceptar que las personas no trabajan a pesar de sus vidas, sino a través de ellas.


Cuando reconocemos que lo humano no estorba al trabajo, sino que lo hace posible, dejamos de exigir máscaras y empezamos a sostener trayectorias más sostenibles.


Ahí empieza un nuevo tipo de productividad. Más real. Más honesta. Más duradera.




 
 
 

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